Lo que el libro “Sobre matar” [On Killing] puede enseñarnos sobre los tiroteos masivos

Uncategorized August 22, 2016

Blancos de papel en un campo de tiro con pistola en la base aérea del Cuerpo de Infantería de Marina estadounidense [Marine Corps Air...
Blancos de papel en un campo de tiro con pistola en la base aérea del Cuerpo de Infantería de Marina estadounidense [Marine Corps Air Station] Cherry Point. Foto del Cuerpo de Infantería de Marina de EE.UU.

Un libro de 1996 sobre cómo aprenden a matar las personas supone una advertencia

por ROBERT BECKHUSEN

Artículo patrocinado por Open Road Media.

El libro Sobre matar [On Killing], de 1996, escrito por Dave Grossman, constituye un punto de referencia y estudiado informe sobre cómo, y por qué, los seres humanos tienen inhibiciones respecto a matar a otras personas, y cómo los militares estadounidenses convirtieron a sus soldados en armas mucho más letales gracias a un intenso condicionamiento después de la Segunda Guerra Mundial.

En una edición actualizada de su libro el autor advierte de que estas mismas inhibiciones psicológicas están erosionando la sociedad estadounidense desde dentro, pero con menores medidas de seguridad, lo que permite que surjan tendencias sociópatas y propicia la violencia de masas.

Sobre matar [On Killing], disponible en formato libro electrónico a través de Open Road Media, constituye una necesidad.

Sin lugar a dudas, Estados Unidos es hoy un lugar menos peligroso de lo que era hace 25 años. Por complicadas y poco conocidas razones la tasa de homicidios en EE.UU. ha disminuido desde su máximo a principios de los años 1990.

Actualmente la tasa de homicidios en todo el país es la más baja desde finales de los años 1960, cuando los homicidios empezaron a subir.

Sin embargo, las situaciones de “tirador activo” [active shooter], en las cuales un individuo intenta matar a todas las personas que pueda dentro de una zona cerrada y poblada, se han más que duplicado desde el año 2000, según un informe del FBI publicado en 2014.

Dos años después de dicho informe tuvo lugar el mayor tiroteo masivo de la historia de EE.UU. en la discoteca Pulse de Orlando (Florida). Menos de un mes después de eso, el ataque más sangriento contra la policía desde el 11S acabó con la vida de cinco policías en Dallas (Texas).

¿Cómo sucedió? Grossman tiene varias teorías. Pero retrocedamos por un segundo.

Sobre matar [On Killing] demuestra que los seres humanos, con raras excepciones, no nacen psicológicamente preparados para matar a otras personas. La historia de la guerra también demuestra que los soldados en conflictos pasados no disparaban tanto con sus armas como normalmente se cree y solían dejarlo para otros soldados que estaban dispuestos a matar.

Apoyado por testimonios de primera mano, Grossman basa su trabajo en la investigación sobre el combate en la Segunda Guerra Mundial realizada por el General del Ejército de Tierra estadounidense S.L.A. Marshall (de Marshall basta decir que resulta controvertido), entre otros estudios.

Se trata de un tema recurrente en la guerra que se remonta hasta la antigüedad. No nos gusta matar, al menos en un principio.

En la Primera Guerra Mundial los oficiales británicos reprendían a sus soldados por no disparar al enemigo. Las tribus de Nueva Guinea le quitaban las plumas a las flechas para enfrentarse a otras tribus, lo cual les restaba eficacia.

La infantería alemana agarraba al revés el fusil con la bayoneta calada y lo utilizaba como un bate, así de reacios eran a la hora de apuñalar a alguien para matarlo. En la Guerra Civil estadounidense los soldados solían disparar por encima de las cabezas de sus adversarios incluso a corta distancia.

Dice Grossman en su libro:

Sin duda, el soldado de la Guerra Civil era el soldado mejor entrenado y equipado que se haya visto sobre la faz de la tierra. Entonces llegaba el día de combatir, el día para el que tanto tiempo se había preparado y tanta distancia había recorrido. Y ese día se acababan todas sus ideas preconcebidas y falsas ilusiones sobre qué pasaría.

En principio la idea de una larga línea de hombres en la que todos disparaban al unísono podía ser verdad. Si los jefes mantenían el control, y si el terreno no resultaba demasiado abrupto, durante un tiempo el combate podía consistir en un intercambio de descargas de fuego entre regimientos. Pero aún realizando descargas de fuego de regimiento algo fallaba, y fallaba estrepitosamente. Un enfrentamiento típico tenía lugar a treinta metros de distancia. Sin embargo, en lugar de tumbar a cientos de soldados enemigos durante el primer minuto de combate, los regimientos únicamente acababan con uno o dos hombres por minuto. Y en lugar de que las formaciones enemigas se deshicieran ante una lluvia de plomo, permanecían en pie e intercambiaban descargas de fuego durante horas y horas.

Más tarde o más temprano (normalmente más temprano) las largas líneas de hombres que realizaban descargas de fuego al unísono empezaban a deshacerse. Y en mitad de la confusión, el humo, el estruendo de los disparos y los gritos de los heridos, los soldados dejaban de ser como engranajes de una máquina y volvían a ser individuos que hacían lo que les resultaba natural. Unos recargaban, otros les pasaban las armas, otros atendían a los heridos, otros gritaban órdenes, unos pocos corrían, unos pocos deambulaban entre el humo o encontraban un boquete en el que meterse, y unos pocos, muy pocos, disparaban.

Tras la Segunda Guerra Mundial se produjo un cambio importante. Durante ese conflicto entre el 15 y el 20 por ciento de los soldados estadounidenses disparaban al enemigo en combate. Ese porcentaje aumentó hasta el 55 por ciento en Corea y a más del 90 por ciento en Vietnam.

Grossman atribuye el aumento en la tasa de disparos a los cambios en el adiestramiento militar. Durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo, el adiestramiento con armas de fuego “se llevaba a cabo en un campo de tiro de hierba… en el que el soldado disparaba sobre una diana [círculos concéntricos]”, dice Grossman en su libro.

Un blanco aparece de repente en un campo de tiro para ametralladora M-240B en Camp Atterbury, Indiana (EE.UU.) en noviembre de 2015. Foto del Ejército de Tierra estadounidense

El adiestramiento se hizo más realista después de la guerra. Los blancos pasaron a ser siluetas o dibujos de soldados del Pacto de Varsovia. Hoy en día los soldados estadounidenses disparan en selectos campos de tiro a blancos con imágenes realistas de posibles enemigos, los cuales incluso caen abatidos tras ser alcanzados.

Durante los años 1940 normalmente un soldado solo recibía instrucciones sobre cómo disparar con mayor precisión. Actualmente los soldados reciben el refuerzo positivo de condecoraciones y distinciones que reconocen su buen rendimiento en tiro.

Obviamente la insensibilización de una persona no se limita a ajustar la forma de los blancos a los que dispara y a darle una palmadita en la espalda.

Grossman, antiguo teniente coronel del Ejército de Tierra estadounidense, escribe sobre sus propias experiencias vividas a principios de los años 1970. Uno de los cantos del paso ligero en su periodo de instrucción militar decía “quiero VIOLAR, MATAR, SAQUEAR y QUEMAR”.

“Nuestros militares ya no toleran este tipo de insensibilización, pero durante décadas fue un mecanismo clave para insensibilizar y adoctrinar en el culto de la violencia a los varones adolescentes durante la instrucción básica”, dice Grossman.

También analiza el por qué los soldados suelen sentirse bien, incluso eufóricos, después de matar a alguien. No obstante, las reacciones varían de un individuo a otro y algunos se sienten horrorizados inmediatamente. Muchos de los que inicialmente se sentían eufóricos posteriormente experimentan un terrible sentimiento de culpa, a veces décadas después del hecho.

Éstas son reacciones normales y comprensibles tras haber sobrevivido a una situación de vida o muerte a la que acompaña un subidón de adrenalina.

“Una buena parte de la culpa y remordimiento posterior parece responder al horror ante este sentimiento perfectamente natural y común de euforia”, dice Grossman.

Resulta más fácil matar con un arma de largo alcance, o desde el interior de un buque de guerra en el que los marineros rara vez le ven la cara al enemigo, que de cerca. La distancia importa. Quemar a 146.000 personas hasta la muerte con una bomba atómica resulta psicológicamente menos traumático para una persona que matar a un centenar de personas con un cuchillo.

Con los atentados suicidas sucede algo similar.

En este caso la distancia a la víctima resulta bastante particular. De hecho el asesino se encuentra “cercano y personal” con sus víctimas pero ¡no llega a ver el efecto de su acción! Esto puede constituir un poderoso mecanismo de capacitación para matar, similar al de los pilotos de bombardero que dejan caer sus bombas desde 3.000 metros de altura o los artilleros que disparan desde kilómetros de distancia.

No es sólo la distancia física la que capacita para matar más fácilmente. La distancia social y cultural, la falta de empatía y la escasez de vínculos interpersonales puede favorecer el uso de la violencia.

Estados Unidos no es inmune a esta dinámica.

Cierto, actualmente los estadounidenses se matan unos a otros menos que en el pasado. Los cambios en la policía, el gran aumento de las penas de prisión y una población envejecida podrían ser algunas de las razones. El retroceso de la epidemia del crack y el descenso de la venta de drogas en las calles también podrían haber contribuido.

Nadie lo sabe realmente.

Galería de tiro en Las Vegas, Nevada (EE.UU.). Foto de Lox/Flickr

Mientras, las despiadas matanzas masivas han aumentado en frecuencia e intensidad, aterrorizando a la población y dando lugar a una lista de muertos incluso mayor.

Los autores de las matanzas suelen ser hombres jóvenes que planean sus ataques con meses de antelación. Se insensibilizan a sí mismos para cuando vayan a matar indiscriminadamente a sus prójimos con aparente placer.

“Pero en cuanto hay un momento de calma y el asesino tiene la oportunidad de afligirse por lo que acaba de hacer, sufre una etapa de repulsión de tal intensidad que el suicidio resulta una reacción muy habitual”.

Han superado sus inhibiciones, en la gran mayoría de los casos sin adiestramiento militar. Se trata de una situación diferente a la de los soldados, que son adoctrinados para matar pero condicionados a actuar bajo las órdenes de matar soldados enemigos.

Estas medidas de seguridad no son infalibles. Los soldados han cometido atrocidades en innumerables guerras, habitualmente bajo las órdenes de sus jefes.

Sin embargo, esas medidas de seguridad no existen en el mundo civil. Ahora junta intolerancia racial y social con armas de fuego sin control y ya tienes un polvorín de violencia letal a punto de estallar a la más mínima.

Se trata de un fenómeno muy preocupante que constituye la advertencia de Grossman.

Pero la pregunta que debemos hacernos es, ¿qué lleva a los chavales de hoy en día a presentarse con esas armas en el colegio cuando sus padres no lo hacían? Y la respuesta a esa pregunta puede radicar en que el ingrediente importante, el ingrediente nuevo, diferente y funamental para matar en el combate moderno y para matar en la sociedad estadounidense moderna lo constituye el proceso sistemático de vencer la ancestral inhibición psicológica del individuo normal frente a las actividades violentas y lesivas contra otros de la misma especie. ¿Le estamos quitando el seguro a una nación con la misma facilidad con la que le quitamos el seguro a un arma de fuego y con los mismos resultados?

Sobre matar [On Killing] no es un tratado sobre el pacifismo y empatiza con las experiencias de veteranos de guerra. A veces resulta necesario empuñar un arma para proteger nuestra sociedad frente a una amenaza existencial o para proteger vidas humanas frente a un asesino que pretende destruirlas.

El mensaje central del libro de Grossman radica en que tiene que haber medidas de seguridad. Y que ninguna nación o sociedad está condenada a descender, inevitablemente, por una espiral de recrudecimiento de las atrocidades. Los seres humanos en un nivel básico no quieren matarse unos a otros.

Depende de nosotros impulsar nuestras mejores inclinaciones.

Compra el libro. Léelo.

Traducido por Jorge Tierno Rey, autor de El Blog de Tiro Táctico (EBdT2).

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